Me llamo Esteban y vivo en Ecuador. Apenas hace una semana, era un día caluroso y pesado. Parecía que caminaba a través del vapor o que me desplazaba a través de algodón húmedo. Junto con mis amigos intentábamos jugar a la pelota, pero sencillamente no pudimos hacerlo. Cuando mi amigo Marco pateó la pelota fuera del patio de juegos, nadie corrió tras ella. Era demasiado esfuerzo. Aún quietos, sentíamos demasiado calor.
Alrededor de las tres de la tarde, decidimos volver a casa. Las calles estaban vacías y el cielo se estaba nublando. ¡Debía hacer por lo menos unos 40° C a la sombra! Regresé a casa y mi padre inmediatamente comenzó a gritarme: –¿Dónde has estado? ¡Parece que no supieras qué estaba sucediendo!” Yo le respondí: –¿Qué pasó, papá? Dijo que, desde la mañana, la radio había transmitido las previsiones del Servicio Meteorológico anunciando una fuerte tempestad que se dirigía hacia nosotros. –Es una de esas que provoca El Niño, que trae muy mal tiempo, dijo y añadió: –¡Es importante escuchar las previsiones del tiempo para que no te quedes atrapado en medio de la tormenta!
Así que me quedé en casa con mis padres y aprendí sobre este fenómeno llamado El Niño. Los primeros colonos en las costas occidentales de América del Sur lo llamaban así porque es más intenso cerca a la Navidad. Mi mamá me explicó que El Niño ocurre cuando la temperatura de las aguas superficiales normalmente frías del océano aumenta durante unos meses. Puede provocar fuertes tempestades, como la que tuvimos la semana pasada.
Mi mamá me dijo que me compraría un libro sobre meteorología para que aprenda más sobre el tema. Tal vez más adelante seré meteorólogo, ¡y seré yo quien avisará a mi papá sobre El Niño!