Vivo en una capital de provincia, pero vengo de un pueblo de montaña, a las afueras de la ciudad, al que vuelvo todos los años para visitar a mis abuelos. Lo mejor del viaje es que puedo apreciar la increíblemente bella flor roja llamada Rhododendron simsii Planch. Hace mucho tiempo que esa zona es famosa por la planta. Siento mucho orgullo por ello, por eso el mes pasado convencí a mi mejor amigo, Max, de que me acompañara al pueblo.
No se pueden imaginar el calor que hacía ese día. Aunque tan solo era abril, yo sudaba muchísimo. El cielo estaba completamente despejado, no soplaba viento, la luz del sol era muy fuerte. Es más, el agua del embalse se había evaporado por completo y lo único que había en el fondo eran hierbas, que crecían por doquier. En los dos cursos de agua principales, que pasaban al lado de una casa, apenas corría el agua y no había ni un solo pez. También vi un búfalo al que le costaba beber. Todo el ambiente resultaba extraño.
Sin embargo, lo que más me impactó fue que, según subíamos la montaña, no encontrábamos ninguna flor. “¡No!”, grité con total desilusión cuando Max encontró unas pequeñas hojas que acababan de salir y ya estaban amarillentas. Todas esas escenas tan raras me dejaron completamente perplejo; ¿qué estaba pasando? Eso nunca había pasado en abril. ¡En esa época del año debería haber estado floreciendo por toda la montaña! ¡La montaña debería estar toda cubierta de flores rojas! Así que fui a la casa de mi abuela, que vive al pie de la montaña, en busca de una explicación. Me contó que hacía un año que no llovía y que esa grave escasez de agua era la razón por la que no había flores.
Cuando regresábamos a la ciudad, vimos a una pareja que se dirigía en coche a las montañas. Se pararon para preguntarnos si era ahí donde se podían ver las flores rojas. Max les contestó con tristeza: “Sí, pero no van a encontrar ninguna flor. No hay flores. Es mejor que se den por vencidos”.
Realmente espero que mis flores carmesí vuelvan a crecer pronto. Pienso volver a invitar a Max el año que viene con la esperanza de que, para entonces, las flores estén allí, como siempre.